El control de las aguas del Estrecho, tan necesario para los castellanos como para los musulmanes, estaba en continua disputa, pero las expediciones realizadas por Abu Yusuf, sin que aparentemente los barcos de la Marina con base en Sevilla pudieran impedirlo, motivan que Alfonso X vuelva a interesarse de manera directa en los asuntos navales, para garantizar un mayor control de las rutas de acceso a la Península. Por eso decide durante su estancia en Burgos en 1277 el aprestamiento de una armada para cercar Algeciras, principal base de los benimerínes en Andalucía, y evitar así los males que a los reinos cristianos causarían «la muchedumbre de gentes que aquel rey podría pasar aquende».

Llegado el Rey a Sevilla, ordenó la armada de una poderosa flota integrada por 24 galeras y 80 naos de vela y muchos navíos pequeños.

Los preparativos incluían el aprestamiento de armas y vituallas para la tripulación, y el mando de la flota lo ostentaría Pedro Martínez de Fe con dignidad de almirante, como ya lo fuera en el episodio de Salé en 1.260. Aprestada la flota, en octubre partió del puerto sevillano para establecer el bloqueo del Estrecho e iniciar el cerco de Algeciras, con el objetivo de que no pudiera ser abastecida por mar, objetivo que se cumpliría durante todo el tiempo que permaneció la flota en aguas del Estrecho.
Al tiempo que la flota se hacía a la mar preparaba el Rey el asedio de Algeciras por tierra, para lo cual reunió en Sevilla a los nobles que había mandado llamar, y situó al frente del ejército que partió en marzo desde la ciudad hispalense a su hijo el infante Pedro, de suerte que en abril ya estaría completado el cerco de Algeciras tanto por mar como por tierra.
El Almirante puso en conocimiento del infante Pedro que los habitantes de la ciudad, fruto del cerco naval al que habían estado sometidos, no resistirían un ataque directo de las huestes castellanas llegado el caso, pero se prefirió asediarla desde tierra con las máquinas de guerra que habían transportado en las naves. Sucedió, sin embargo, que los defensores no estaban tan exangües como el Almirante le había asegurado a don Pedro, y las bajas sufridas por los atacantes aconsejaban desistir en el ataque directo y continuar con el bloqueo, que se prolongaba en el tiempo, para impedir el paso de suministros y refuerzos a Algeciras.

Con el transcurso de los meses la situación de los sitiadores se volvía más y más delicada. La flota llevaba en el mar desde el otoño anterior y tanto las tripulaciones como la hueste en tierra demandaban al Rey que les enviara suministros, pues además no habían recibido sus pagas.
Alfonso X estaba en esos momentos en disputa por la sublevación del infante Sancho (futuro rey Sancho IV de Castilla-León), que se había apropiado de los tributos de Castilla para entregárselos a su madre doña Violante, pero logró reunir algún dinero en Sevilla y lo envió al cerco de Algeciras. No sería sin embargo bastante, y a la falta de soldadas se sumaba la escasez de alimentos, de modo que los hombres tuvieron que abandonar los barcos y asentarse en tierra firme, aquejados de diversas enfermedades.

Tan dramática situación provocó que la imponente flota castellana sólo lo fuera en apariencia, ya que, faltas de tripulaciones y suministros, las naves se encontrarían en realidad no sólo inactivas sino completamente desprotegidas ante un eventual ataque.
Los habitantes de la sitiada Algeciras no estaban en mejores condiciones, y sus quejas llegaron al emir Abu Yusuf, a la sazón en Tánger, junto con las noticias de que la flota de los cristianos estaba desamparada. Sin embargo, el emir se resistía a dar crédito a lo que le decían, pues solamente contaba con 14 galeras, muy pocas para intentar romper el bloqueo cristiano y socorrer a los sitiados. Para conocer la situación exacta de la flota castellana los arraeces aconsejaron al emir que enviara al Real cristiano una embajada en la que algunos capitanes musulmanes se harían pasar pos simples marineros para dar cuenta a su vuelta de cuanto vieran.
Recibió así el infante Pedro a la delegación del emir, entre cuyos miembros se encontraba el caballero cristiano Garci Martínez de Gallegos, con el ofrecimiento de una elevada suma si levantaba el sitio de Algeciras. Don Pedro contestó que no daría una respuesta hasta conocer la opinión de su padre, el Rey. Todo el asunto no era sino una estratagema para encubrir el verdadero objetivo de la misión: conocer de primera mano el estado de la flota cristiana. Y los resultados no pudieron ser más favorables para los intereses de los benimerines, ya que los arraeces disfrazados de marineros que acompañaban a la embajada se habían dado perfecta cuenta de que los barcos estaban desprotegidos y las tripulaciones enfermas en su mayor parte.
Enterado de la situación, el emir armó fuertemente las 14 galeras con que contaba y las envió a Algeciras, donde se separaron en dos formaciones, yendo 10 galeras contra los marineros que estaban en tierra enfermos, y otras 4 galeras contra el grueso de la flota cristiana, cuyas galeras, ancladas en la isla Verde y apenas sin tripulación, no podían maniobrar para defenderse o huir. Mientras una parte de las galeras eran atacadas e incendiadas, otras fueron hundidas por sus propias tripulaciones, tras lo cual se dirigieron en barcas al Real en busca de refugio. Tan sólo tres barcos cristianos resistieron el ataque: el del Almirante y los capitaneados por Gonzalo Morante y Guillén de Savanaque, que a la espera de viento con que pudieran huir o luchar, al día siguiente del desastre de la flota entablaron combate con las naves musulmanas. El emir, enterado ya de su victoria, decidió entonces dar tregua a estos supervivientes y los mandó llamar para establecer conversaciones con ellos. Sin embargo, durante su transcurso el fuerte viento que se levantó rompió las anclas de las tres galeras castellanas que aguardaban al Almirante y a sus lugartenientes, y las tripulaciones, sin posibilidad de gobernarlas, desplegaron velas y se vieron obligados a dirigirse a Cartagena. Esto motivó la cólera del emir, que mandó prender a Pedro Martínez de Fe, a Gonzalo Morante y a Guillén de Savanaque, iniciando un cautiverio que se prolongaría durante dos años hasta que pudieron regresar a Sevilla.
El infante Pedro no tuvo más remedio que levantar el sitio, abandonando armas, máquinas de guerra y todo cuanto no pudieron llevarse. Alfonso X, al conocer la noticia y ver entrar en Sevilla a sus huestes derrotadas, tuvo gran pesar, y dándose cuenta de su nueva situación, firmó tregua y paz con Abu Yusuf. El relato de la Crónica de Alfonso X transmite un excesivo victimismo que contrasta con las fuentes musulmanas, según las cuales no fueron catorce sino setenta y dos las naves musulmanas reunidas en Ceuta, procedentes de Málaga, Almería, Salé y otras ciudades tanto africanas como granadinas, que tras hacerse a la vela en Tánger el 19 de julio de 1.279, dos días después derrotaron a la flota cristiana que bloqueaba el acceso a Algeciras. La batalla discurre con dureza, y en ningún momento se hace alusión a un posible estado de abandono de las naves castellanas ni a enfermedad alguna de sus tripulaciones, aunque sí al apresamiento de Pedro Martínez de Fe, a quien denominan Al-Muland, y sus lugartenientes.
Ante la destrucción de la flota y el previsible desembarco de tropas musulmanas, el Real fue tan apresuradamente abandonado que los cristianos dejaron tras de sí no sólo armas e ingenios, sino un rico botín y gran cantidad de alimentos, lo cual contrasta con la tremenda escasez que en la Crónica se esgrime para justificar la derrota de las huestes castellanas.

Entre ambas el río de la Miel con el puerto en su desembocadura
La tregua que se vio obligado a firmar Alfonso X estaría sin duda condicionada por la situación en que quedaba Castilla tras la derrota de Algeciras, e indudablemente en el ánimo del Rey pesaba tanto la completa destrucción de su flota, que le incapacitaba para controlar las aguas del Estrecho, como el poder que Abu Yusuf adquiría en la Península. Todo ello con el problema de fondo que suponía la actitud desafiante del infante Sancho en su apetencia por el trono, a quien podría culparse del desastre de Algeciras tras haberse apropiado de los tributos que su padre necesitaba para el pago de las soldadas y los suministros al ejército sitiador.
Bibliografía consultada:
- La Marina de Guerra de la Corona de Castilla en la Baja Edad Media, desde sus orígenes hasta el reinado de Enrique IV (Tesis Doctoral). Francisco Javier García de Castro.
- Castilla y el dominio del mar en la Edad Media (1248-1476) (Tesis Doctoral). Manuel Flores Díaz.
- Cruzados, peregrinos y mercaderías a través del mediterráneo. (Evolución del buque y la navegación en el entorno templario como base de la creación y establecimiento de las primeras líneas regulares) (Tesis Doctoral). Alberto Muñoz Amor.
- Historia Marítima Española. Francisco Javier Oubiña Oubiña.
- Historia de la Armada del Cantábrico. Delfín Rodriguez Fernandez.
- La marina alfonsí al asalto de África . José Manuel Rodriguez Garcia.
- Las empresas navales de Castilla. José Cervera Pery.
- La Marina de Castilla. José Cervera Pery.
- Los Almirantes y la Política naval de los Reyes de Castilla en el siglo XIII. José Manuel Calderón Ortega.
- Wikipedia. https://es.wikipedia.org.
- http://armada.mde.es/ArmadaPortal/page/Portal/ArmadaEspannola/conocenos_historia.
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