1950 LA FLOTA ROJA A LA VISTA (Melilla)

RELATO QUE PUDO SER VERDAD

En 1950 la situación de la Armada española era bastante delicada. Las unidades que prestaban servicio eran supervivientes de la guerra civil, con más de 20 años de servicio en sus cuadernas. Aún no se habían firmado los acuerdos defensivos con Estados Unidos, hecho que permitió disponer de buques, si no modernos, al menos operativos. Y aunque estaba en marcha un ambicioso plan de nuevas construcciones que ya tenía en grada los … , estos buques ya eran obsoletos antes de ser botados.

Por tanto el grueso de la flota, compuesto por los cinco antiguos cruceros y las dos docenas de viejos destructores, se reservaban como oro en paño. La misión de la vigilancia de nuestras aguas jurisdiccionales corría a cargo de minadores y cañoneros que se las veían y deseaban para cumplir dignamente con su misión.

En las costas del Protectorado de Marruecos, los guardacostas Uad se encargaban de efectuar esta tarea. Eran pequeños buques, antiguos pesqueros de altura que contaban con un cañón de 76 mm, un antiaéreo de 20 mm y dos ametralladoras de 7,92 mm por todo armamento. Sus calderas funcionaban con un carbón de pésima calidad, lo que hacía que el humo que soltaban por la chimenea se detectase a varias millas de distancia. Carecían de radar y de estación de radiofonía, utilizando aún el morse para comunicarse.

Guardacosta Uad Kert

En una tórrida mañana del mes de agosto, con calma chicha y ausencia de toda brisa, el Uad Kert zarpó del puerto de Villa Sanjurjo para efectuar una misión rutinaria de vigilancia. El Comandante ordenó avante un tercio, lo que le daba al buque un andar de 5 nudos. Esto se hacía para ahorrar carbón. Una vez en mar abierto, se retiró a su cámara, para ver si en camiseta y calzoncillos, y con ayuda de un modesto ventilador podía escribirle una carta a su familia, y depositarla en Melilla, lugar a donde se dirigían. Apenas había empezado a escribir, cuando un marinero tocó quedamente en la puerta. Cuando el Comandante le dio permiso, éste le anunció que el Oficial de Guardia le requería urgentemente en el puente. Se puso los pantalones, y en camiseta, acudió a ver lo que ocurría.

El joven tercer oficial que estaba de guardia, le comunicó, todo nervioso que el serviola acababa de informar que cinco navíos de guerra de gran porte, se dirigían hacia el buque, en rumbo de colisión. El Comandante cogió los prismáticos de oficial, y efectivamente vio lo que se le venía encima. Mandó llamar al “chispa”, nombre con el que en la Armada se conocía al Oficial radiotelegrafista. Cuando éste se presentó en el puente, le ordenó que estableciera contacto con la flota que se avistaba, pidiéndoles que se identificaran, y aunque él estaba convencido de que se trataba del Grupo de Cruceros españoles, quiso cumplir con las ordenanzas y enterarse de por qué diablos nadie le había advertido que se encontraban de maniobras en aguas del Marruecos español.

Tras infructuosos intentos, el “chispa” le dijo al Comandante que no respondían a su llamada. En ese momento, y por el tubo acústico, el serviola informó que se trataban de cinco buques rusos, pues había visto las banderas rojas, con la hoz y el martillo amarillos. El Comandante volvió a echar un vistazo con los prismáticos, y efectivamente, comprobó que el que parecía ser el buque insignia, era un crucero pesado ruso, posiblemente de la clase Kalinin.

Ordenó tocar zafarrancho de combate, y mandó a un marinero a su cámara, para que le trajese su guerrera, su gorra y su pistola. Una vez vestido adecuadamente, ordenó poner el buque popa al sol, para ser menos visibles, y mandó avante toda. Por los ventanucos del puente comprobó que los artilleros habían subido a cubierta los 24 disparos del 76 mm, disponibles en la santabárbara. Envió a un señalero para que con las banderas indicase a los soviéticos que estaban invadiendo las aguas españolas, y que las abandonasen inmediatamente, so pena de ser atacados, ya que no obedecían su orden radiada por morse. Después, cogiendo una vieja bocina de latón, dispuso a toda la tripulación para que se preparase para un abordaje, con los mosquetones y la bayoneta calada, lanzándoles una inflamada arenga sobre el cumplimiento del deber, y la gloria imperecedera de la Armada española.

Satisfecho del comportamiento de la dotación, observó que los rusos seguían avanzando, haciendo caso omiso de las indicaciones que el señalero les enviaba. Y entonces, tomó una drástica y heroica decisión: ordenó hacer fuego, por tres veces, ante la proa del buque insignia. Los disparos, que más que esto parecieron estornudos, cayeron a un centenar de metros de su objetivo, levantando unos leves surtidores de agua, parecidos a los que hacen los chavales, cuando lanzan piedras a un estanque. Pero tuvieron un efecto mágico, los rusos pararon en el acto. Momentos después vieron, como desde el primer crucero, se arriaba un extraño bote de goma, y en pocos minutos, éste quedó abarloado al costado del vetusto Uad Kert, que también se había detenido. De pie sobre la lancha, un joven oficial ruso saludó marcialmente a los oficiales del puente de mando, y en un impecable español, pidió permiso para subir a bordo. Rápidamente se lanzó una escala, y con extraordinaria agilidad, el soviético subió por ella, acompañado de un marinero que portaba un voluminoso paquete. Tras inclinarse y saludar a la bandera española que ondeaba en la popa del buque, subió al puente.

Le dijo al Comandante del Uad Kert que sabían perfectamente que estaban en aguas jurisdiccionales españolas, y que habían avistado una enorme humareda negra, por lo que pensaron que el buque español estaba ardiendo, y que se habían dirigido hacia él para ayudarles, siempre pensando en la hermandad de los hombres de la mar. Cuando el Comandante español le preguntó porqué no habían respondido a sus mensajes en morse, ni a las instrucciones del señalero, el oficial ruso le indicó que hacía más de 20 años que los buques de la Flota Roja no utilizaban este sistema de transmisiones, y en cuanto a las señales de las banderas, la astuta maniobra realizada por el Uad Kert, poniéndose con el sol a su espalda, les habían impedido verlas. Tras pedirles disculpas, le entregó el paquete, diciéndole que contenía unas botellas de vodka, y unas latas de caviar, y que eran un obsequio del Vicealmirante Tokarev, que estaba al mando de aquella división de cruceros. Ya para despedirse, le dijo que enseguida abandonarían las aguas españolas, y que hicieran el favor de escoltarlos hasta el límite de las mismas.

Se pusieron todos en marcha, y una hora más tarde, el Uad Kert, lanzando tres sonoras pitadas, les indicó que estaban ya en aguas internacionales. Pero la sorpresa de la tripulación del buque español fue mayúscula cuando vieron que los cinco buques rusos desfilaron majestuosamente delante del minúsculo guardacostas, con sus tripulaciones formadas en cubierta, y cubriendo pasamanos, mientras que al pasar frente a él, el buque insignia efectuaba el saludo al cañón, disparando tres salvas, y arriando e izando otras tantas el gallardete del Vicealmirante, instalado en el palo mayor del buque. A tal honor, correspondió la tripulación española, efectuando también tres veces el saludo al cañón, arriando e izando el torrotito de proa, a falta de otra banderola con la que cumplir este requisito, destrozándose los pulmones el contramaestre de guardia, al hacer sonar su silbato de honores y maniobra, y presentando armas toda la marinería, que aún tenía en sus manos los mosquetones con los que pensaban abordar a los soviéticos.

El Comandante, que en algún momento del trajín, …

De la Sección CUENTOS DE AYER de Manuel Cuenca Toro. Un amigo enamorado del Ejército.

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